el del dolor
de los miedos
de los ¡hasta cuándo!
atravesaré mi corazón
hasta el fondo
hasta el lugar en donde
las pesadillas viajan…”
A treinta años del Golpe de Estado, con el fin de considerar una posible indemnización moral o simbólica, el gobierno chileno hizo un llamado a todas las personas que fueron torturadas o privadas de libertad en los años de la dictadura pinochetista, para que presenten sus testimonios. Debido a lo anterior, pero especialmente para dejar constancia en la historia chilena de los hechos que ocurrieron en ese período de la vida nacional, desde hace tres meses cuatro mujeres chilenas nos hemos comenzado a reunir cada semana para apoyarnos en abrir heridas y hacer este proceso menos doloroso, para ayudarnos a volver a abrir las puertas de prisiones, centros de torturas, por donde una vez más asoman sufrimientos, violaciones, golpes y oscuridad. Dolorosas oscuridades que se escondían tras las capuchas que nos ponían en nuestros rostros y en nuestra alma.
Sin embargo, estos días nuevamente hemos sido obligadas a mirar a través de sacos puestos sobre el rostro, y de manos atadas, pero esta vez hemos tenido que ver por los ojos de esos hombres desnudos de Iraky hemos comenzado con ellos a hablar y a llorar nuevamente. Conversamos de nuestras humillaciones y reconocemos la misma mano ejecutora: militares amparados por el gobierno de los Estado Unidos. ¿Qué cambia ahora?, nada más que el hecho que esta vez hubo un desliz, debido a cuestiones culturales tomadas en cuenta para hacer más atroz el sufrimiento, detallistas como son los militares en estas prácticas, investigan que los musulmanes no se desnudan frente a nadie, por lo que los obligaron a posar para tomarles fotos, para demostrarles que no solo ellos observarían su desnudez, sino que otras personas también: el orgullo una vez más violado y el poder nuevamente oliendo a semen y sexo. Lo que no cuidaron los militares fue que las fotos aparecerían por la televisión y seríamos millones quienes miraríamos las vejaciones.
Pero nada ha cambiado entre lo que hicieron y hacen ahora, tanto es así que esos encapuchados bien pudieron ser personas de Chile, Argentina, Brasil, el Salvador, Guatemala[2], etc. La misma práctica: violaciones de detenidos y detenidas; inserción de objetos en sus rectos y en las vaginas a las mujeres; electricidad por todo el cuerpo, incluso en sus órganos sexuales; cigarrillos quemados sobre la piel; uso de animales para morder y desgarrar el cuerpo, entre otras que la imaginación queda corta.
“Dos ratas hambrientas
pusieron sobre mis pechos,
dos rata hambrientas,
con dos ratas me torturaron
fueron sólo dos,
dos durante horas…”
Así, hoy que han sido descubiertos, montan todo un aparato propagandístico en donde, al fin se escuchan gritos de espanto en la Casa Blanca, en el Senado, el Pentágono y en el ejército, cuando ya sabemos que esta es una práctica que sistemáticamente han aplicado a través de la historia. Así también me lo explicaba ese marino llamado David, que todas las semanas sin falta era enviado a mi casa, —en plena dictadura de Pinochet después que fui dejada en libertad del centro de tortura de la Academia de Guerra de Valparaíso—, para narrarme las prácticas de vejación que continuaban haciendo en ese recinto, con el único fin de intimidar a esa jovencita que era yo en ese entonces. Tan acostumbrado estaba de tener que hacer ese trabajo, que ya con confianza me hacía ver: “esto lo hacemos para cambiarte tu manera de pensar”. “Ahí adentro [en el ejército] nos dicen que nunca más ustedes van a ser las mismas una vez que las hemos tratado [léase torturado]”. Y más de una vez me relató como le enviaban a Uruguay para continuar con su aprendizaje, en donde soldados norteamericanos los preparaban en tan degradante oficio.
“…Hoy escarbaré con este puñal
hierro dureza
muerte tortura
cuerpo desnudo manos
semen pestilencias…
toda la soledad acumulada
todo el silencio…”
Lo que también miro y pienso cuando me sumerjo nuevamente en las capuchas de esos hombres iraquíes, es que ellos, a diferencia de nosotras, podrán tener derecho a una disculpa, a una pantomima de juicio en donde unos pocos oficiales y soldados serán acusados por lo que el ejército norteamericano ha venido practicando y enseñando por años. Pero lo que difícilmente le podrán devolver a ninguno de ellos será el olvido; el miedo en la oscuridad; el amor sin que medie el dolor; el placer y la sexualidad sin que alguna vez surjan entre los fantasmas de las sábanas cables eléctricos y palos en sus partes privadas; la alegría sin que alguna vez esta sea nublada por la agresión y la ira. Porque a mi, aún a más de veinte años de estos hechos y entre alegrías perdidas y recuperadas, entre rabias y llantos, entre esperanzas y fe en la vida, aún lucho porque el paralizante miedo al dolor me abandone aunque sea una vez en la vida.